Por: Erick Simpson Aguilera
Buen día queridos lectores.
Con el mayor de los respetos quisiera hacerle un llamado a la sociedad civil organizada panameña y a los ciudadanos en general, a tenor de mis siguientes acotaciones.
En primera instancia quiero señalar que el papel de la sociedad civil panameña en el quehacer nacional es fundamental en virtud del vacío dejado por los principales actores de la cosa pública, a saber, partidos políticos que son un lastre y una suerte de aparatos electoreros anacrónicos; gremios estudiantiles y de educadores -que en otrora tenían un peso en el acontecer nacional y hoy día brillan por su ausencia-; gremios empresariales que carecen de conciencia social y todo lo miden monetariamente; sindicatos y asociaciones de trabajadores que con todo el derecho velan por sus intereses particulares pero carecen de una visión integral del país, léase, pecan de egoístas; ambientalistas que sucumben a los altos salarios pagados en el sector publico los cuales apagan sus voces en otrora beligerantes y hoy callan ante los crímenes ambientales que todavía sufre el país; líderes religiosos que han dejado de tener una voz de vehemente condena ante los exabruptos cometidos por la clase política; etcétera.
Así las cosas, la sociedad civil es el último bastión que se mantiene de pie en la crisis de valores que sufre el país la cual es propiciada por los tres Órganos del Estado que son los que enferman al resto de la sociedad panameña que coquetea con el desastre y el colapso.
Para aquellos que consideren mis apreciaciones como pesimistas y en extremo apocalípticas, quisiera plantearles el siguiente dilema:
Si el sistema de pesos y contrapesos colapsa en un país que por ende se queda sin separación de poderes y más bien se rige por un contubernio entre los Órganos del Estado para delinquir; si el poder legislativo solo legisla para los intereses de los diputados y de sus cúpulas políticas en detrimento de la patria; si dicho poder no fiscaliza como le corresponde constitucionalmente y más bien protege a los magistrados de la Corte archivando las denuncias en contra de los mismos; si el poder judicial tiene una mora que asusta; si la justicia que aplican es selectiva, clasista y se basa en la impunidad del mejor postor; si dicho Órgano del Estado archiva haciendo gala de un pacto de no agresión, las denuncias en contra de los diputados que no han rendido cuentas por los $416,678,206.00 millones de dólares en partidas circuitales que manejaron; si el poder ejecutivo no ejecuta, peca de lento, no combate las malas prácticas de antaño que tanto daño nos hacen como son el nepotismo, clientelismo político, populismo, subsidios por doquier, etcétera; y como si esto fuera poco le otorga contratos multimillonarios a una empresa desprestigiada mundialmente como es la brasileña Odebrecht cuyo principal accionista cumple una pena de prisión de 19 años por lavado de dinero, corrupción de funcionarios públicos, y por integrar una banda criminal, jugando de esta forma con el patrimonio y las finanzas publicas de todos los panameños al arriesgar tamaña suma de dinero con una empresa dada a las coimas que ya comienza a sufrir en su capacidad financiera tras la rebaja de calificación de riesgo que le aplicó la agencia Standard & Poor’s (S&P), etcétera, ¿cómo se supone que debemos calificar a semejante escenario de terror que refleja la crisis institucional que sufrimos?
Dicho eso, quiero reiterar mi llamado a la sociedad civil organizada panameña y a los ciudadanos de a pie para que nos tornemos más beligerantes comoquiera que, la clase política nos ha demostrado que son un caso perdido, que son unos cínicos con un discurso de transparencia cuando son oposición y otro de tolerancia a la corrupción cuando son gobierno, que carecen de vergüenza, y que ya ni siquiera disimulan sus abusos contra erario público, ni sus asociaciones con bandas criminales. Panamá vive una hora crucial en la cual tenemos que decidir si seguiremos hablando bonito y huecamente, si seguiremos siendo políticamente correctos, dándonos ínfulas en los medios de comunicación como grandes gurús y comentaristas políticos que solo hablan y filosofan pero no proponen soluciones reales ni acciones concretas.
Es preciso que realicemos de una vez por todas que la clase política no renunciará a sus prebendas fueros y privilegios; que no modernizarán el tema constitucional mediante una nueva carta magna; que no legislarán un instrumento legal de contrataciones públicas que impida la participación en licitaciones de empresas forajidas que están saqueando Panamá porque ellos son cómplices del saqueo y les conviene que todo siga igual o peor; que nunca harán una reforma electoral verdadera que les quite el poder de poner y quitar reyes a los donantes secretos que titiritean el sistema; etcétera; si todavía no entendemos todo esto, la palabra ingenuos es un piropo para lo que verdaderamente somos.
En fin, o la sociedad civil panameña es parte de la solución o lo será del problema al ser disuelta por inoperante y engullida por el sistema corrupto que tiene a Panamá al borde del colapso institucional. Sí, yo sé que muchos ilusos creen que el problema era Martinelli y que con la llegada de Varela todo el sistema se saneó por arte de magia, y por eso han bajado la guardia, caído en el letargo y viven en la ilusión de que todo marcha bien. Sin embargo, la presencia omnipresente de la empresa Odebrecht en el quehacer nacional, es uno de los muchos indicios que me indican que todo sigue igual y en franco deterioro.
Llegó la hora pueblo panameño de despertar del sueño y actuar como los guatemaltecos y brasileños, entiéndase, tomarnos las calles y presionar hasta que el sistema cambié, porque de lo contrario el Estado fallido está a la vuelta de la esquina. Es solo cuestión de que mermen las finanzas, se incremente la deuda pública, y se resienta la economía nacional, para que explote peligrosamente el descontento generalizado de los ciudadanos sufriendo estrechez y nos demuestre a las malas dicha explosión social que Panamá no es inmune al colapso socioeconómico que han sufrido países hermanos del área que hoy por hoy están sumidos en el caos, la violencia e ingobernabilidad, y entonces se acordarán de mí. Dios quiera que me equivoque. Para los efectos de evitar el colapso institucional, es preciso el liderazgo de las asociaciones de la sociedad civil organizada que tienen el poder de convocatoria y deben por tanto articular y consolidar sus esfuerzos para lograr el cometido común de movilizar al país en contra de los abusos de los politiqueros, los cuales amenazan con dar al traste la sana convivencia y el clima de paz, conduciéndonos al despeñadero.
Saludos cordiales.
Erick Simpson Aguilera.