Por: Erick Simpson Aguilera
Panamá es un país repleto de bendiciones, ventajas, y recursos naturales y estratégicos de toda índole, a saber: una posición geográfica inmejorable que constituye nuestro principal activo y en torno a la cual se ha diseñado nuestro sistema económico de servicios que incluye entre otros rubros el canal interoceánico, los principales puertos de la región, la Zona Libre de Colón, el centro financiero, el hub aeroportuario, etcétera.
Con la gran riqueza y ventajas de que goza Panamá, «no se entiende» porqué el país sigue rezagado en materia social, institucional y política, temas en los cuales los indicadores nos son muy desfavorables al punto de ser considerados uno de los países más desiguales del planeta según el coeficiente de GINI (somos el país #15 más desigual), y al extremo de mantener al 12,2% de la población sufriendo de pobreza extrema según la CEPAL, lo que equivale a unas 488,000 personas padeciendo de hambre, y un largo etcétera de flagelos sociales que nos aquejan.
En cuanto a materias institucional y política se refiere, existen miles de diagnósticos de los más variopintos que nos indican cuáles son nuestras principales flaquezas y las medidas que debemos aplicar para modernizar, adecentar, civilizar y democratizar a nuestro país. De modo que, no se precisa ser un genio ni un gurú de las ciencias políticas para entender que nuestra extremadamente presidencialista Constitución heredada de la dictadura militar riñe con los tiempos modernos que vivimos e impide una verdadera independencia económica y funcional de los otros Órganos del Estado (Judicial, Legislativo, y el Ministerio Publico si se quiere), ergo debe ser reemplazada por una nueva Constitución acorde con nuestra realidad presente.
Con relación al tema electoral sucede lo mismo, es decir, todos somos conscientes que el sistema está diseñado para marginar a las mayorías y garantizar a un grupo minoritario el monopolio del poder, entiéndase, a los donantes secretos que compran el poder desde las sombras e invierten en… Bueno, coloque usted el termino que prefiera. En lo que a mí concierne se me ocurren varios términos que prefiero omitir porque no hay manera de que no hieran. Digamos que invierten en funcionarios dóciles que obedezcan sus directrices, giren en torno a sus intereses y les garanticen el retorno de su inversión con creces manipulando el sistema a favor de la elite.
Así las cosas, todos sabemos que es preciso acabar con las donaciones secretas (que el Estado financie las campañas), ponerles un límite a la mínima expresión a las mismas para que no sean determinantes en los resultados evitando así que triunfen los má$ fondeado$ y garantizando que los candidatos electos no les deban favores ni estén comprometidos con absolutamente nadie; acortar las campañas políticas; flexibilizar los requisitos de firmas para hacer viables y factibles las candidaturas independientes; reducir el subsidio electoral, y garantizar que el uso dado al mismo sea el que corresponde y no se constituya en un botín político para alimentar a politiqueros en épocas de vacas flacas; y una serie de etcéteras que todos conocemos hasta la saciedad.
Dicho esto, volvemos a la pregunta existencial que titula el presente artículo, a saber: ¿Por qué no arreglamos a Panamá?
Las respuestas aunque podemos vernos tentados a responderlas apresuradamente comoquiera que parecieran saltar a la vista, en realidad son de una profundidad filosófica, histórica, y hasta teológica si se quiere, que precisa de un debate trascendente.
Debate del que no rehúyo, toda vez que me agrada dicho ejercicio intelectual. Sin embargo, por asunto de espacio y formato del blog que está pensado para toda clase de público, y porque no quiero asustarlos con mis doctrinas teológicas que explican desde mi cosmovisión el porqué del caos que sufre no solo Panamá, pero el mundo entero, digamos por ahora que la «principal razón» por la que un país que pudiera gozar de instituciones robustas, verdadera democracia participativa, de prosperidad, equidad y desarrollo humano para todos sus ciudadanos que si acaso suman 4 millones en una tierra repleta de beneficios y riquezas, es la renuencia de un grupo económico/político que ostenta el poder desde que nació la patria y no le interesa que las cosas cambien porque «dependen» de un sistema corrupto que constituye una suerte de oxigeno para su modus vivendi, el cual se alimenta del clientelismo político, la pobreza, desigualdad, sistema educativo mediocre, corrupción, impunidad, populismo, tráfico de influencias, nepotismo, favoritismo, negociados, y demás hierbas aromáticas nativas de éste hábitat politiquero panameño.
De manera que, podemos sentarnos en todas las mesas de diálogo que queramos y hacer miles de consultorías y diagnósticos, pero en el fondo sabemos cuál es la raíz de los problemas que nos aquejan. Mas si queremos jugar a ser políticamente correctos sigamos engañando a la población y auto engañándonos vendiendo la farsa de que el desorden que sufrimos es leve y se solucionará por arte de magia o por medio de maquillajes superficiales y curitas, léase, a través de reformas cosméticas hechas a la medida de la élite responsable del caos social, político e institucional que padecemos.
Sí, ya sé que más de cuatro deben estar cariacontecidos por la cruda manera en que expreso mi parecer sobre el particular que nos ocupa, y precisamente de eso se trata, de estremecer nuestras conciencias adormecidas con una buena dosis de realidad; aparte de que resulta aburrido leer siempre el mismo guión y libreto adulador de quienes responden a agendas particulares y tratan de quedar bien con Dios y con el diablo.
Ergo, hablemos claro. El tema es severo luego la cura no puede ser superficial sino de raíz. Si no estamos dispuestos a pagar el precio político que rompa de una vez por todas con el monopolio del poder democratizando verdaderamente a la patria, y finiquitar así el sistema de corrupción e impunidad que han sido la usanza desde 1903 hasta la fecha, nada cambiará estructuralmente y viviremos en una suerte de ilusión de mejora mientras el país seguirá en franco deterioro hacia el despeñadero, hasta terminar como otras naciones de la región que hoy por hoy son Estados Fallidos.
Saludos cordiales.
Erick Simpson Aguilera.