Por: Paco Gómez Nadal
Una buena amiga me enseñó hace unos años que los periódicos panameños hay que leerlos comenzando por la sección de Economía. No parece una mala recomendación en un país donde la política discurre entre el exotismo y la puñalada, donde las secciones de cultura, de existir, se parecen más a las de farándulas y anécdotas varias, y donde es en los pasillos del paraíso financiero donde se juegan las reales partidas de póquer que determinan el presente y el futuro del país y en las que se entierra el pasado para no fastidiar ningún buen negocio.
Las leo habitualmente, con perplejidad, lo confieso. Porque las secciones de Economía se construyen con una serie de datos macroeconómicos que, aunque sean de una evidencia brutal, se contradicen con los titulares. Sin saber mucho de un país se podría hacer una radiografía de sus élites y de sus lastres solo a punta de breves económicos. Hay otras notas que no necesitan de interpretación.
En este diario se publica un reportaje amplio bajo el titular: “¿Es sostenible en el tiempo el modelo económico de Panamá?”. Se trata de una pregunta retórica porque para cualquiera con dos dedos de frente es evidente la respuesta: “No”.
Lo interesante es constatar que casi todos los que han gozado de poder o de puestos de responsabilidad en los gobiernos recuperan la cordura y la capacidad de juicio tras dejarlos. No a todos los personajes les pasa esto, es evidente. Pero lean con detenimiento las palabras del exministro de Economía con el Gobierno del Toro Balladares, Fernando Aramburú Porras: “Vivimos en un país donde 600 mil personas reciben menos que el salario mínimo por su labor, donde el 80% de la población trabajadora gana menos de 800 dólares y el 70% vive con menos de 600 dólares. Panamá es un país rico con un alto índice de pobreza. No podemos continuar invirtiendo en proyectos sin hacer un análisis de rentabilidad social que nos permita priorizar la inversión pública”.
¿Ven cómo la pregunta que motivaba el reportaje era retórica? El periodista insiste en hablar de grupos marginados por esta locomotora económica que crece a ritmos inéditos, cuando las propias palabras de Aramburú dejan claro que no es que haya minorías marginadas, sino que hay una pequeñísima élite beneficiada de este modelo diseñado, precisamente, para eso. Rara vez ponemos rostro a esos 600 mil trabajadores que cobran migajas por su sudor ni a ese 70% que vive con menos de 600 dólares. No se lo ponemos porque sería retratar a todo el país, a la inmensa mayoría.
Los análisis se centran en la deuda externa de Panamá y en la inversión pública pero rara vez, por ejemplo, se analiza dónde van los inmensos beneficios de algunas empresas privadas con este festival de contrataciones directas y de megaproyectos. Nunca se estudia cuánto queda de beneficio al país con la Inversión Extranjera Directa (IED), que en realidad en Panamá se pierde en el entramado del llamado Centro Financiero Internacional, la “lavadora mecánica” que tanta plata saca del sistema. Tampoco hay mucho análisis sobre la pobrísima recaudación fiscal y lo injusto de esta.
El denominado como “modelo” económico de Panamá es, básicamente, un sistema de expolio legalizado. Mientras unas cuantas familias, unas pocas multinacionales y unos centenares de inversores se están haciendo de oro en este país pequeño y de recursos limitados, la economía real sigue siendo rentista y lo poco que había se ha desmantelado.
Panamá produce poco y no hay una política oficial de estímulo de la autonomía y la soberanía económica. Quizá el sector que mejor demuestra esta afirmación es el agropecuario, abandonado a su mala suerte, condenado a convertir las tierras productivas en suelo urbanizable, imposible de competir con el exterior por los desventajosos tratados de libre comercio firmado por este y por los anteriores gobiernos… La soberanía alimentaria se convierte así en un oxímoron en Panamá (recuerdo la primera vez que entré a un supermercado en la capital… mareado por tanto empaque en inglés casi no pude hacer el mercado).
Esta realidad afecta al precio de la canasta básica de alimentos, que no ha dejado de crecer al mismo ritmo que lo ha hecho la macroeconomía (no los salarios). Martinelli prometió que su mágica “cadena de frío” iba a suponer el abaratamiento de la comida, la panacea para los pobres que, en Panamá, son mayoría. Nada de eso ha ocurrido.
Si realmente existe un modelo económico en el país es tan perverso como su modelo político. O igual es que el desastre de este último es imprescindible para que el primero funcione como maquinaria engrasada. “Es la economía, estúpido”, me diría Bill Clinton, si aún dispusiera ese señor de la credibilidad de 1992, cuando le recordaba a Bush padre que había que dejarse de guerras para centrarse en las necesidades cotidianas de sus ciudadanos. Si los últimos ejecutivos fueran medidos con ese criterio, todos sus presidentes y ministros deberían estar encarcelados por “asociación para empobrecer” a los gobernados (mientras ellos y sus verdaderos jefes-empresarios se llenaban los bolsillos).
2 pensamientos en “Es la economía, estúpido”
rica1lasso
estos artículos lo estarán leyendo los asesores de campaña de todos los que aspiran a puestos políticos futuros, los asesores de los pre candidatos presidenciales de todos los partidos?
erick507
Ojala.